Jugando con la nostalgia y la ironía, Eco convoca en La misteriosa llama de la reina Loana todos los colores del pasado.
Es triste despertarte una mañana en una cama de hospital y ser incapaz de reconocer a tu mujer y a tus hijos, abrir los ojos y no recordar cuál es tu profesión, ni dónde vives o cuáles son tus gustos a la hora de comer y beber. Esa es la desconcertante realidad de Giambattista Bodoni, Yambo para los amigos, un hombre de sesenta años que, tras sufrir un accidente, ha perdido la memoria personal, la más ligada a las emociones, y ve su propia vida como si acabara de inaugurarla. Para ayudarle en el proceso de recuperación, su esposa insiste en que pase una temporada en el caserón de Solara, un pueblo en las colinas piamontesas. Aquí Yambo vivió su infancia, y en el desván están guardados los libros, los tebeos, los discos, los recortes de periódico y los carteles de las películas que lo acompañaron en los primeros años de su vida. Nuestro hombre inicia entonces una labor casi detectivesca por volver a dibujar el pasado a través de estos objetos, que para Yambo no son recuerdos sino hipótesis de trabajo, cosas nuevas que le hablan de un mundo que fue el suyo y el de todas las personas que vivieron en primera persona los momentos más importantes de la historia del siglo XX. Jugando con la nostalgia y la ironía, Umberto Eco ha convocado en La misteriosa llama de la reina Loana todos los colores del pasado para contarnos la vida de un hombre que, buscando saber quién es, encuentra lo que todos fuimos.