Una magistral y divertida novela sobre el Nueva York de los años cuarenta. La recuperación de un clásico imprescindible
Aquel invierno de 1948 en Nueva York unas ancianas morían de hambre en hoteles venidos a menos, dejando cajas llenas de andrajos y billetes de cien dólares; los amantes no encontraban cama; las hamburguesas costaban cuarenta centavos en la barra, y los camioneros pedían que se les doblara el sueldo para poder ofrecer a sus hijos la educación que les permitiría acceder a unas profesiones de prestigio en las que se morirían de hambre... Hay que conocer bien y amar mucho una ciudad para poder dibujarla con tan pocas palabras: ese es el caso de Dawn Powell, una mujer enamorada de Nueva York y de su gente, que eligió un restaurante en la esquina de Washington Square, se sentó en una de sus mesas de mármol, y desde ahí se dedicó a ver pasar la vida. Pintores, marchantes de arte, escritores primerizos, chicas con talento y arpías sin escrúpulos llenan el café Julien, un lugar donde las derrotas se diluyen en licor y el amor se aliña con la sonrisa cómplice de un camarero. Los días pasan, las arrugas cunden, y llegará el día en que se cerrarán para siempre las puertas del viejo restaurante, pero ahí, entre plato y plato, queda la vida de una ciudad y el talento de una autora que fue capaz de describir el mundo sin levantarse de su mesa. La opinión del editor: Henry James, Edith Wharton, Dorothy Parker... Buscábamos a alguien que continuara esa tradición, y finalmente encontramos a Dawn Powell. Con Café Julien Lumen inaugura una biblioteca destinada a rescatar sus mejores novelas, de las que Gore Vidal habla con el entusiasmo de quien vuelve a descubrir una joya olvidada.