Cuando pensamos en la alimentación medieval, una de las imágenes que nos viene a la mente es un gran festín donde un animal casi entero gira sobre el fuego ensartado en un enorme espetón. La carne tiene un puesto privilegiado en nuestra representación del mundo medieval, sin embargo, hasta hace relativamente poco tiempo no sabíamos demasiado sobre el papel que jugaba realmente en la alimentación de los hombres y mujeres de la Edad Media. Ideas como que la carne no se consumía muy fresca y que se le añadían especias para enmascarar los problemas de conservación o que era de consumo exclusivo de la nobleza y de los altos jerarcas de la Iglesia forman parte del imaginario colectivo asociado al Medievo, tanto como los castillos o las cruzadas. En cambio, la realidad que se desprende de los estudios realizados en los últimos años nos muestran que la carne formaba parte de la alimentación cotidiana del conjunto de la población, especialmente entre aquellos que habitaban las ciudades; que las especias no servían para enmascarar el sabor de una carne pasada sino que realzaban unos platos muy complejos y exclusivos, solo al alcance de unos pocos, donde las carnes eran más frescas que las que consumimos hoy en día. A través del análisis de un producto tan cotidiano como la carne, el lector se podrá sumergir en la sociedad urbana bajomedieval que estaba poniendo las bases del mundo moderno, una sociedad dinámica y cambiante, con conflictos y problemas que, a pesar de los siglos transcurridos, le resultarán terriblemente familiares.