La obra de Hebert Abimorad es, desde este punto de vista, sólida, coherente, compacta, fiel a sí misma. Desde otra perspectiva, se nos presenta como una escritura creativa diseminada, plural, abierta, en continuo recambio y búsqueda interior, que se exterioriza en sus nuevos textos, que se verbaliza en sus otros "yo", en su heteronimia militante e ineludible: Martina Martínez, José José, Camilo Alegre, Flor de Condominio. Acto discursivo de travestismo, emergencia de la multivocidad que nos provoca a todos, y de la que sólo los poetas (y algunos seres enajenados o separados del principio de realidad) pueden acceder, necesidad genuina de una pulsión que juega entre la máscara y el rostro, mera actividad lúdica que se instala en el discurso como propio y ajeno simultáneamente, lo cierto es que la textualidad heteronímica, señala hacia el adentro de la producción abimoradiana como una marca de origen, como un universo verbal polifónico y mutante, como un espacio en el cual conviven el poeta y sus criaturas, los poemas y sus voces, la grafía y la heterografía como formas, por qué no, de resolver diferentes cauces estéticos que pueden presentarse como problemáticos antes de su parición dicha por los alter-egos que coinciden en una misma persona, en una misma firma autoral escindida y, aunque suene paradójico, unificada.