Lo primero que quiero decir es que este pequeño libro es fruto de una corazonada, en el sentido que no me había propuesto escribir nada sobre semejante tema. Bien es cierto que de un tiempo acá una de las palabras que más se oían en todos los medios y en las conversaciones de la gente era precisamente la palabra «crisis». La gravedad de la situación comenzó a coger envergadura a partir del momento en que dicha palabra ya no era una más, sacada del diccionario y puesta en boca de la gente de manera más usual que hasta entonces. La crisis comenzaba a tener cara y ojos, nombres y apellidos de personas concretas que se movían por la vida. Pensando en ello un día de manera más profunda e insistente que en otros momentos me vino como un flash a la mente y la palabra que se me ocurrió fue precisamente la que, debido a nuestra cultura cristiana, solemos decir con cierta frecuencia ante una situación de dolor: ¡Qué cruz!; aplicado en este caso evidentemente a las personas que sufrían las consecuencias tan dolorosas debido a una situación que todo el mundo denominaba crisis y que ellas no habían provocado. Muchos de vosotros os daréis cuenta que lo que he pretendido no ha sido otra cosa que escribir un Viacrucis. De hecho, está estructurado en 14 capítulos correspondientes a las 14 estaciones del mismo. Quisiera que nadie viera en este escrito ninguna pretensión de cara a enseñar nada nuevo. Sencillamente he intentado desde mis convicciones recordar que las cruces continúan existiendo; que las llevan sobre sus hombros personas concretas y que, por suerte o vete a saber por qué, hay hombres y mujeres que se prestan a eliminarlas, si es posible, o, si no, a hacerlas como mínimo más llevaderas.