La dictadura franquista dedicó una gran atención a la conflictividad social y política, que experimentó un continuado crecimiento a lo largo de los años 60 y 70, porque fue muy consciente de la erosión que le causaba y de la amenaza que implicaba para su futuro. Acertó, con frecuencia, en el diagnóstico de los problemas que alimentaban el disentimiento, pero las sucesivas tentativas de "encauzar" dentro del "orden" franquista las demandas de sectores crecientes de universitarios, obreros, intelectuales y profesionales, acabaron en fracasos sin paliativos. Al mismo tiempo, pese al constante recurso a la represión, el régimen fue incapaz de evitar el crecimiento de la oposición política y, además, se vio abocado a un conflicto irresoluble con la Iglesia conciliar. Todo ello contribuyó decisivamente a que, a mitad de los años 70, el franquismo fuera un régimen políticamente debilitado hasta la fragilidad, aunque conservara un formidable poder coercitivo