En una serie de escenas variadísimas, a lo largo de este libro van desfilando con viveza de realidad plástica las actividades y las luchas de aquellas vírgenes cristianas primitivas casi incorpóreas, sus anhelos y sus angustias, sus labores cotidianas y sus fiestas litúrgicas. Vemos avanzar a esas jóvenes hacia el templo con sus atavíos y tocados clásicos entre la admiración del pueblo; y las sorprendemos en los éxtasis de su oración oculta. Y todo ello sobre el fondo turbio de la sociedad del Imperio: termas, banquetes, bacanales, sacerdotisas de Vesta. De marco sirve la doctrina sobre la virginidad promulgada por Cristo, los Apóstoles y los Santos Padres. Luego contemplamos la marcha paulatina de las vírgenes hacia los monasterios, que empiezan a surgir acá y allá al conjuro de los genios de la espiritualidad cristiana. Finalmente, los principales escritores griegos y latinos de los cuatro primeros siglos nos hablan con acentos que parecen, en muchos casos, dirigidos a la moderna sociedad. Son dos mundos antagónicos: el de la sublimación cristiana perenne y el del materialismo actual.