Siempre he sentido a flor de piel -dice el autor- el valor humano y evangélico de la misericordia, del amor personalizado y la preocupación preferencial por el amplio mundo de la marginación. Y precisamente por ello he admirado de forma especial dicho valor y dicha preocupación en la vivencia personal del Santo de Asís. Él -seguidor radical del mensaje evangélico en todo momento y circunstancia- fue también -y no podía ser de otro modo- un seguidor incondicional del amor -culmen y esencia de la Buena Noticia-, y de un amor además que, tras las huellas del Maestro, tiene siempre la virtud de responder a las necesidades concretas de la persona amada y adquiere así su dimensión de amor personalizado y hecho «a la medida» del otro. Y él también, como el Maestro, se sintió impulsado a atender de modo particular a los apartados, excluidos, pobres y pecadores, pues «no necesitan del médico los sanos, sino los enfermos».