Habituados a que la escolarización universal y prolongada sea una experiencia natural para nosotros, es fácil perder de vista que eso ocurre de manera artificial dentro de un sistema educativo que tiene el poder de regular quiénes entran en él, cómo lo hacen, qué caminos se prevén para distintos tipos de alumnos, qué se espera de ellos o cómo trabajarán los profesores. Haber vivido esa experiencia no es suficiente para entenderlo como una recreación sociohistórica singular que se ha extendido - con algunas peculiaridades - por el mundo entero, traspasando fronteras y culturas. Presumir que su estructura y su peculiar funcionamiento es la respuesta coherente a unas necesidades sociales bien definidas supondría desconocer que es el resultado histórico de fuerzas que se suman y se contradicen; de proyectos, conflictos y resistencias que han desembocado en una realidad cultural que podría haber sido de otra forma. La reflexión que desarrolla el autor nos hace ver que, detrás de Ia aparente naturalidad de su existencia y de la solidez de su estructura, el sistema educativo tiene una historia en la que se han abierto caminos de progreso y de inclusión social, aunque, al mismo tiempo, también ha segmentado, jerarquizado e impuesto reglas que dan como resultado efectos en sentido contrario. El discurso de Antonio VIÑAO, para iluminar lo que es una compleja realidad, se mueve necesariamente en las fronteras borrosas entre la historia, la política educativa, la organización de las instituciones y las teorías sobre el cambio en educación. Así podemos ver la continuidad y discontinuidad entre las propuestas que dieron forma al sistema escolar heredado y las que hoy se aplican en las reformas que quieren imprimirle otra dirección.