En el caso de Miguel Veyrat la poesía es, por encima de todo, «palabra en el tiempo». Y el tiempo es la conciencia del fluir de la vida, esa «evasión temporal de la muerte» de un ser que lo es, sin embargo, para ella. Un ser incapaz de plenitud genuina, por tanto, y ansioso de ella. Pero el tiempo es también la instancia indomeñable que marca, sin marcarlos del todo, los límites de la travesía mundanal del poeta, convertido en nómada poseído por «el ansia de acabar con la nada poniendo en pie un poema». El lenguaje, tan importante en la autoconsciencia y en la propia práctica poéticas de Miguel Veyrat, no es para él, sin embargo, un fin en sí mismo. Ni en su poesía la palabra certera se sosiega nunca en sí misma: aspira siempre a llegar al lugar de afuera y provocar el resplandor. A diferencia, pues de un Foucault, por ejemplo, para quien en la mejor tradición saussuriana lenguaje «dice» siempre lenguaje, nuestro poeta sabe que «solo la voz del poeta continúa el trabajo -de construir la realidad tras la huida- de los dioses».