Juan Pablo II es una de las personalidades que pasarán a la historia de este siglo xx maravilloso y atormentado.
Y lo es no sólo como la más alta y prestigiosa instancia moral de la Humanidad sino como sencillo y excepcional ser humano. Su dimensión religiosa, cultural, incluso sociopolítica ha sido abordada hasta la saciedad y sobrepasa tanto el triunfalismo de sus apasionados fans ?un Papa no debería tener fans, sino seguidores? como el raquitismo seudointelectual de sus detractores. Es un Papa al que se quiere o al que se detesta; pero, desde luego, a nadie deja indiferente. Quizás porque es y sabe ser, y le trae al fresco estar y saber estar.
Al autor no le interesa tanto el Pontífice, el intelectual, el carismático evangelizador, el maestro de doctrina, el diplomático habilísimo, el político y sociólogo incomparable. Le interesa más el hombre a ras de tierra, de andar por casa, que se afeita, y canta, y suda, y bosteza y se cansa, y que ya no es aquel huracán superestar de hace veinte años, sino un venerable sacerdote de Jesucristo al servicio de todos, cuya principal encíclica y cuya mejor enseñanza está siendo la del sufrimiento de cada día, desde la fe inconmovible y desde una esperanza cristiana ejemplar e inconmensurable.