Junio de 1978. Alberto llega eufórico a casa tras haber recogido en el colegio las notas finales de 8º de EGB. El verano se abre ante él como un abanico de expectativas y proyectos, dentro de los cuales no entra ningún miembro de su familia. Pero su madre le tiene reservado un regalo sorprendente, que ni en sueños Alberto podría concebir: un viaje durante dos semanas de peregrinación al Santuario de Lourdes con sus padres, tres tíos y un primo sacerdote. Con el hilo conductor de la mirada y la voz de Alberto, capaces de extraer alegría y sentimiento en cada recodo de la ruta, el protagonista, utilizando en un tono agridulce el lenguaje evocador y preciso de un testigo objetivo, se debate entre dos polos de las relaciones familiares: lo que tienen de conocimiento enriquecedor y lo que encierran de chantaje emocional. Las situaciones de comedia, paroxismo religioso y negro melodrama dibujan un retablo humano que Alberto completa con las pinceladas de la resignación, el embelesamiento reflexivo y el sentido del humor.