Mis pasos resuenan en la galería principal, avanzo solitaria, al ralentí como en los sueños; conos de luz van trazándome el camino. Semejantes a sombreros puntiagudos de suave claridad mortecina, gigantes que penetran azarosos por los ventanales del Museo del Louvre y me invitan a perseguirlos, como en un juego infantil y antiguo.