Además de brillante pensador político, casi creador de una ciencia, Nicolás de Maquiavelo se ha convertido en un sinónimo de la maquinación y ambición. Su nombre designa, según la circunstancia, un pecado o un rasgo de astucia envidiable. Inspira respeto y un cierto temor, y expresa también una fatalidad: la del pragmatismo que regula la escena del poder. Su gran obra, El Príncipe, se puede leer como una guía práctica para el aspirante a político. Lo que suele tenerse menos presente es el periodo en que ese texto se escribió. Diplomático y funcionario en Florencia, Maquiavelo fue contemporáneo de Leonardo da Vinci, de Miguel Ángel y de tiranos brutales. La violenta carrera de César Borgia le sirvió de modelo. Analizó sus éxitos y sus fracasos y los contrastó con la carrera de otros reyes, papas y emperadores. Esa fue la base real de su filosofía política. Habitualmente se la considera cínica o inmoral, un prejuicio que impide comprender la profundidad y la vigencia de los textos. Esta biografía toma un camino diverso. Sostiene que Maquiavelo fue, ante todo, un estudioso de la naturaleza humana y un escritor brillante. Sus teorías fueron una respuesta a la violencia y la corrupción de su época. Al mismo tiempo, puede ser considerado el primer moderno: contempla un mundo sin dios y reflexiona sobre las consecuencias que esta ausencia tiene en la relación entre política y sociedad.