La escucha es, tal vez, la actividad más discreta que existe. Apenas es una actividad: una pasividad, podríamos decir, una manera de estar ocupado que parece destinada a pasar desapercibida. No se oye a alguien que escucha. Sin embargo, he soñado con una arqueología de nuestras escuchas musicales: una historia de nuestros oídos de melómanos, de obsesos por las melodías de todo tipo. He querido saber de dónde proceden estos oídos que llevo conmigo. ¿Cuál es su edad? ¿Qué debo, que puedo hacer con ellos? ¿A quién se los debo? Por este motivo he investigado todas las pistas posibles. Existe una criminología de la escucha (oyentes que se encuentran ante el tribunal, acusados o demandantes). Hay escrituras de la escucha (ciertos oídos dejan rastros duraderos de su paso). Hay instrumentos de escucha (prótesis grabadoras, máquinas de oír). Finalmente, hay una polemología de la escucha, con sus guerras, sus estrategias organizadas; en resumen, todo un campo de batalla en el que nuestros oídos, plásticamente, se articulan en torno a leyes y conservan, como Don Juan ante el Comendador, la huella de la escucha del otro. Y luego estás tú, a quien dirijo mis escuchas. Tú que, a veces, raramente, me escuchas escuchar. PETER SZENDY