«Fue en Filadelfia, el 10 de mayo de 1944, donde se proclamó la primera Declaración Internacional de Derechos con vocación de universalidad. Adoptada apenas algunos días después del desembarco aliado en Normandía, esta declaración fue también la primera expresión de la voluntad de edificar, a la salida de la Segunda Guerra Mundial, un nuevo orden internacional que no estuviera fundado en la fuerza, sino en el Derecho y la justicia».«Hasta tal punto se sitúa en las antípodas de la dogmática ultraliberal que rige las políticas nacionales e internacionales desde hace treinta años, que no podemos releer este texto sin asombro».«La voluntad de hacer reinar un poco de justicia en la producción y el reparto de las riquezas a escala mundial ha sido sustituida por la fe en la infalibilidad de los mercados financieros, lo que condena a la migración, la exclusión o la violencia a la inmensa multitud de los perdedores del nuevo orden económico mundial. El fracaso actual de este sistema invita a reencontrar, bajo los escombros de la ideología ultraliberal, la obra normativa de la posguerra que esa ideología se ha esforzado en hacer desaparecer» (Alain Supiot).