El simulacro es un objeto hecho, «un artefacto», capaz de producir un efecto de semejanza y de enmascarar la ausencia de modelo con la exageración de su propia «hiperrealidad». Este ensayo se interesa por la imagen que de repente se percibe poseyendo una existencia propia. Según el autor, el simulacro arranca del mito de Pigmalión, el escultor chipriota que se enamoró de su obra, a la que, en un rasgo de magnanimidad, los dioses le otorgaron vida. Nace así un ser extraño, un artefacto dotado de alma y cuerpo. La historia de Pigmalión se revela como un relato fundador que tematiza el triunfo de la ilusión estética; su argumento es «el arte de ocultar el arte», del cual, según Ovidio, Pigmalión tenía el secreto. El efecto Pigmalión nace en un texto muy astuto: las Metamorfosis de Ovidio. En él la «animación» se confía a los poderes del texto y sólo del texto. Pero será con la irrupción de la «imagen en movimiento», es decir, de la imagen fílmica, cuando se podrá, por fin, responder a las necesidades exigidas por las prácticas de animación de la estética moderna, prácticas no exentas de desafíos de orden técnico e incluso de un atisbo de «brujería». Precisamente es en el umbral de la traslación cinematográfica del mito de Pigmalión, tal y como Alfred Hitchcock lo aborda, donde termina este magnífico ensayo.