Incluso cuando los requerimientos técnicos, funcionales y económicos establecen toda una serie de condicionantes que parecen constreñir las posibilidades del proyecto y colapsar las alternativas posibles, existen infinitas soluciones que el arquitecto puede ensayar. Acotar de un modo preciso las necesidades e, incluso, establecer y definir, como datos de partida a los que se debe someter el proyecto, aspectos concretos (el tipo y dimensionado de la estructura, los requisitos de las instalaciones, las prescripciones volumétricas y normativas...) puede convertirse en un estímulo a la capacidad del arquitecto que vuelca entonces su aportación en otros valores y otros objetivos: la construcción de la forma, el rigor de la geometría, la precisión y el ajuste de los ensamblajes, el tratamiento de los materiales, la implantación en el lugar, la cualidad de la imagen. Cuestiones éstas que exigen un esfuerzo de depuración y un trabajo concienzudo de síntesis. Y que apuntan a la esencia misma de la arquitectura, la cual se sitúa en un plano distinto a las demandas estrictamente distributivas, utilitarias o urbanísticas. Haciendo de todas aquellas constricciones virtud, el autor, en este proyecto, nos da una lección de arquitectura poniendo en evidencia que es, precisamente en esos valores y objetivos perseguidos, donde se está jugando la calidad de la obra.