Casi nadie se ha atrevido a dudar de la calidad teológica de Jon Sobrino, a pesar de que sus escritos no han surgido de preocupaciones académicas. Casi nadie se ha atrevido tampoco a negar la eficacia transformadora de su labor teológica, hecha de cara a los pobres y perseguidos y con la intención de que los desposeídos lleguen a tener vida, y vida en abundancia. Pero sí ha habido quienes han puesto en duda su ortodoxia, así como la ortopraxis desencadenada por su producción teológica. Este nuevo libro de Jon Sobrino es, hasta cierto punto, una respuesta a estos últimos, pero sin que la respuesta pierda nada de autencticidad liberadora. Trata de esclacecer equívocos, pero intenta también obligar a sus críticos a abrirse a nuevas riquezas del saber cristológico desconocidas u olvidadas por ellos. Dice de nuevo, aunque de forma más profunda y elaborada, que Jesús es Dios, pero añadiendo inmediatamente que el Dios verdadero es sólo el que se revela histórica y escandalosamente en Jesús y en los pobres, los cuales continúan su presencia. Sólo quien mantiene tensa y unitariamente esas dos afirmaciones es ortodoxo: y sólo quien historiza adecuadamente esa unidad, que va más allá de lo definido en Calcedonia, puede hacer vivo y eficaz entre los hombres de hoy al Jesús muerto por nuestros pecados y al Cristo resucitado para nuestra salvación. Jon Sobrino ha podido hacer esto porque vive y hace lo que piensa, y piensa lo que vive y hace el pueblo de Dios, que apenas tiene figura de hombre ni de pueblo, porque ha sido asaltado a la vuelta del camino por los poderosos de este mundo: y ha podido hacerlo porque vive y piensa en ese lugar privilegiado de manifestación histórica del Dios de Jesús que son las mayorías oprimidas del Tercer Mundo en marcha hacia la construcción del Reino de Dios. IGNACIO ELLACURÍA