El Quevedo de Vierge es una obra de arte puro. De hecho, nunca en la historia del mundo se elaboraron unos dibujos tan maravillosos como los actuales. Pero mientras los coleccionistas, marchantes y directores de museos se pelean por un trozo de papel sucio, o despilfarran los fondos públicos y el dinero privado en dibujos de los que, si Dürer o Rembrandt, o cualquier otro pintor de renombre, perpetrados éstos, se hubiera avergonzado, ninguno tiene el ingenio de invertir una cantidad similar de peniques en los dibujos de hombres modernos que no tienen una reputación popular, a la cuantía de libras que entregan por el trabajo de otros que tienen una fama generalizada, y posiblemente justamente merecida, pero ningún conocimiento del arte que practican.