Nada ocurre. Varias veces. Y sin embargo, es mucho lo que ocurre en este, el segundo libro de Fernando Sdrigotti. Shetlag - y el título, se supone, es un intento argentinizado por pronunciar el término inglés que describiría el permanente desfase de una serie de personajes fuera de lugar - es una novela de auto-exiliados o exiliados económicos. No es el París de Cortázar o el México de Lowry que le proporciona la tela de fondo a esta novela, sino un Dublín plúmbeo y antipático que nada tiene que ver con la visión turística de Bloomsday o las publicidades de Guinness. La novela cuenta las desaventuras de Franco, argentino de unos veintitantos, que se fue de su país sin motivo, por la crisis, por inercia, sin plan y sin posibilidades, y que se encuentra lavando platos y cortando tomates en un pub suburbano irlandés, con otros exiliados internos e internacionales, todos refugiados de una u otra crisis. Irlanda se ve retratada como un país hueco, sus estereotipos y clisés convertidos en una cultura, como si los personajes deambularan por un parque temático de lo más chato de la ciudad moderna. Es, además, una novela del futuro, en la cual la crisis argentina prologa a la(s) de los países europeos, e Irlanda en especial. En un lugar que podría ser cualquiera, Franco y sus amigos - argentinos, españoles, uno que otro irlandés - hablan un lenguaje desterritorializado, con términos en un inglés mal pronunciado y desencuentros entre el español "peninsular" y el argentino. Como podría haber escrito Gambarotta, ¿cómo se llama eso con que se lava el piso? ¿Qué es un cigarrillo polish? En el exterior, muchos se buscan una identidad en los tópicos nacionales: "here comes Maradona" le dicen al muy poco futbolístico protagonista. Otros se hacen los argentinos, realzando su amor por la cancha, la cerveza, la patria, lo que sea. "Guateber." Es siempre dolorosa la ausencia, pero les ofrece a estos personajes un escenario para las reinvenciones, los reinicios, y de vez en cuando, alguna fábula biográfica con fines seductores o simplemente para mandarse la parte con los que no se fueron. Shetlag es una novela realista, y hasta neo-realista, de la generación Y en el mundo de los no-lugares (un término acuñado por el francés Marc Augé). Pero el realismo, o el efecto de la realidad, no resulta del simplismo o de la torpeza narrativa. Sdrigotti se plantea el problema de cómo narrar un mundo ultra-mediatizado, donde la novela hace mucho tiempo perdió su hegemonía cultural, si una vez la tuviese. La novela es compuesta de escenas o fragmentos, cada uno como si fuese un guión, con su establecimiento, un lugar más o menos específico (por lo menos dentro del mundo de la novela) y un momento del día. Entre las escenas, o los fragmentos, hay cortes, saltos, omisiones y elisiones. No todo se cuenta. Es una novela de montaje, y no de flujo. Estas ausencias narrativas tienen mucho que ver con la voz del narrador. La narración funciona a nivel de superficie (a ras de la trama, quizás) - nos dice lo que pasa, qué es lo que se dice, pero faltan los motivos, los pensamientos, todo lo que sea interior. Casi no se lee la frase, "pensó X". Se podría plantear la idea de una narración enajenada, de un narrador que ve y escucha, pero no entiende (y ni le importa mucho entender). El escándalo de Flaubert fue dejarle al lector la opción de ejercer su propio juicio ético, sin guía moral; el del boom obligarles a los lectores el trabajo de la construcción, tanto de personajes como de historias. En Shetlag vemos lo que pasa, pero como si no tuviera sentido profundo, o si pasase dentro de una burbuja. Pero Sdrigotti lo tiene muy claro que no es así, y en el encuentro entre esta técnica del deslizar y el mundillo de una generación perdida, se encuentra la potencia crítica de esta ambiciosa novela. Ben Bollig