Muchos de nosotros pensamos que, a diferencia de las humanidades, la ciencia es la responsable de la transformación de nuestro mundo, de nuestro modo de vida. En cambio, para este sabio humanista que fue Erwin Schrödinger, Premio Nobel de Física en 1933, la ciencia no se diferencia en absoluto de otras disciplinas que contribuyen igualmente al desarrollo de nuestro conocimiento, como la filosofía, la historia o la geografía, a las que ¡a nadie se le ocurriría atribuir, como única finalidad, la mejora de las condiciones de la sociedad humana ! Schrödinger no sólo nos recuerda que hay ciencias tan ajenas a la sociedad como la sismología a la astrofísica, sino que cuestiona la idea de que la felicidad de la raza humana sólo provenga de los adelantos tecnológicos que la ciencia aporta.
¿Para qué sirve, entonces, la ciencia ? Su respuesta es tajante : «La finalidad de la ciencia, y su valor, son los mismos que los de cualquier otra rama del conocimiento humano. Ninguna de ellas por sí sola tiene finalidad y valor. Sólo los tienen todas a la vez». Y es que, según nuestro sabio, por encima de cualquier otra cosa debemos permanecer fieles a la enseñanza del dios délfico : «Conócete a ti mismo». Este pensamiento es el que rige este breve y sustancioso ensayo, reflexiones que Erwin Schrödinger expuso en febrero de 1950 en cuatro conferencias patrocinadas por el Dublin Institute de Estudios Superiores de la University College de Dublín, bajo el título de «La ciencia como parte integrante del humanismo».