Juego sagrado y enigma constituyen dos de las características esenciales de la obra de Eduardo Scala. Para valorarlas en su justa medida, hemos de remitirnos a una antiquísima concepción sagrada de la escritura, que arranca de la tradición pitagórica y cabalística y que considera los enunciados y elementos morfológicos del libro como instrumentos vivos para el conocimiento intuitivo del mundo. Toda la producción poética scaliana sigue una tendencia extrema hacia la síntesis, hacia la condensación expresiva, que, si bien surge como una reacción individual hacia los excesos del formalismo imperante, dará lugar a un tipo de escritura en la que la palabra se repliega hacia un silencio pleno y metafísico, donde el lenguaje no actúa como un fin en sí mismo, sino como detonante del pensamiento y la imaginación del lector, hasta el punto de hacerle participar en el juego primordial de la revelación que se oculta en la palabra misma.