Desde muy antiguo, trinos y alas han impresionado al ser humano como símbolos de aquello a lo que aspira: música y libertad. "La inspiración profunda e interna -escribe Ernst Jünguer- de la vida que llamamos cultura, con sus fenómenos en los que se entremezclan amor, arte y admiración, no se encuentra mejor preformada en ningún reino de la naturaleza que en el de los pájaros". A ellos les debemos, ante todo, el beso; luego el nido, el sentido de compañerismo y de familia y, por fin, la danza y el canto. Mucho antes de que un rey erigiera el Taj Mahal para su amante, los pergoleros australianos alzaron pirámides de ramas con adornos florales para sus hembras, y antes aún de que Mozart ensayara con su flauta, ruiseñores y calandrias llenaron el aire de belleza. Las plumas nos enseñaron a disfrutar del color y también a escribir; las migraciones aladas a desconfiar de las fronteras. Una gran parábola vital, por tanto, es la que describen los pájaros en el corazón del hombre.