¿En un mundo de depredadores alguien puede creerse que él está a salvo y es el único que no corre peligro? Horacio Salgado aprendió desde muy joven que eso no es posible, o tal vez no fue siquiera necesario que lo aprendiera, y por ello le parece que la compasión es debilidad y ha hecho de su vida una estrategia para despreciar y dominar a los demás. Pero dominarse a uno mismo no siempre es posible. A veces basta una llamada inesperada. «Después ya no pudo dejar de esperar la siguiente llamada», así comienza esta historia y el trastorno que arrastra a Horacio y rompe la seguridad en que había vivido. La última vez que veremos el mar es el relato de una espera, de la distancia insalvable que nos separa de los otros, del regreso de un pasado que se creía olvidado y de la imposibilidad de borrar la culpa. Aunque construida en torno a la presencia, sin embargo siempre ausente, de Teresa, la novela no es un relato intimista. Con una prosa sobria y directa nos lleva a los años en que España consolida la democracia, pero en ese clima de nuevas seguridades y nuevos negocios también puede ocurrir un desastre en el que las relaciones de poder aparecen al desnudo como la única razón. En ellas se debaten los personajes, encerrados en su soledad y en su encarnizamiento, para imponerse o escapar de los otros.