En la década de los treinta del siglo XX, el fotoperiodismo alcanzó su esplendor. La actividad en años anteriores, debido al desarrollo de la prensa ilustrada, propició la toma de conciencia de un colectivo tradicionalmente desunido y acostumbrado a trabajar en solitario. Aunque se ha escrito que la fotografía de reportaje no consiguió su elemento definidor hasta la guerra civil, lo cierto es que años antes, sobre todo tras proclamarse la Segunda República, la información gráfica ya era imprescindible en la prensa periódica. La guerra truncó la experiencia natural y acabó con las dos generaciones de reporteros, si bien su huella quedó impresa en los diarios y revistas, dejando constancia de su valor profesional y de su aportación a las empresas en las que colaboraron. La barbarie de los incontrolados al comenzar la contienda causó el desastre, en unos casos segando la vida de profesionales admirados por su trabajo e integridad, como Campúa, y en otros relegando al exilio a reporteros de la categoría de Centelles o los hermanos Mayo.