Cuando me preguntaban con qué palabra definiría mi vida, nunca sabía qué responder. Ahora, respiro y digo sin pensar: vorágine. Vorágine es caerse sin tropezar, reír sin sonreír, gritar sin abrir la boca. Es una nota de suicidio al nacer, un pájaro sin alas que vuela, amar sin razón ni corazón, pasear por una ciudad desconocida y sentirse como en casa. Cortarse sin que salga sangre, morir sin dejar de respirar, canciones con el poder de destruirnos. Vorágine es correr arrastrando los pies, mirar atrás sin girar la cabeza, jugárselo todo a una moneda con la misma cara. Es soñar despierto, sonar en silencio. Crear caos. Regalar flores muertas o muriéndose. Matar flores. Asesinar a un toro y no llamarlo arte ni valentía. Mirarse al espejo y no ver nada. Vorágine es llegar a la conclusión de que perfección y caos necesitan la existencia tanto del uno como del otro, que van de la mano y que tienen ese tipo de relación de ni contigo ni sin ti. Y, entonces, te das cuenta de que todo es mentira.