En décadas particularmente convulsas, sea por la creciente tensión entre los poderes feudales y la corona de Castilla, por la tortuosa lucha contra el enemigo sarraceno en uno y otro confín del Mediterráneo, o por los graves cismas que dividieron a la Iglesia y alcanzaron su máxima expresión en el Concilio de Basilea, Rodrigo Sánchez de Arévalo ejerció de embajador de la corona, primero de Juan II y, a su muerte, de Enrique IV. Estos Discursos que ahora se publican en pulcra edición bilingüe son el testimonio, por tanto, de una labor diplomática inevitablemente ligada a esas convulsiones históricas, y como tal testimonio serán de interés para los historiadores -y el público en general- concernidos por tan decisiva etapa de la corona de Castilla. Pero además, en tanto que obra de un verdadero orator -en el doble sentido del término-, dejan ver el lento pero robusto cauce con que el humanismo renacentista se fue asentando por nuestros pagos, pues por entonces la misión diplomática comenzaba a ser inseparable del recurso a técnicas compositivas heredadas de la tradición clásica, y muy en especial de los grandes maestros de la oratoria antigua.