DOÑA ADELAIDA EN EL PARQUE, novela de un narrador con grandes pretensiones, se desarrolla en la España de la transición, donde la vida de una mujer evoluciona desde el infantilismo más despiadado a la mayor apoteosis que se puede alcanzar.
En ella se propone, a la vez que un bloque transversal de cierta sociedad sordamente agrietada y carente de valores, el adentramiento en los laberintos del espíritu, una ascensión imparable aunque circunscrita en un leve parpadeo de la historia.
Esta ascensión es el tema principal del libro, pero nadie sabe cómo se logra eso; sólo se puede vislumbrar que es por la depuración del cuerpo y de la mente, por lo acrisolado del corazón, por la pureza de las aspiraciones y los sentimientos, por una decidida osadía para alcanzar a ese mundo supranatural al que todos los hombres y mujeres están llamados. Aquí se plantea un camino, asequible para todos, inalcanzable para la mayoría, tan obsesionada por simples bagatelas.
Este libro no es un manual de trabajo ni un programa para llegar a esa cumbre tan seductora. Pero sí pretende cosquillear un poco el interés por los estadios más evolucionados del hombre.
La relación entre lo cotidiano y lo superior, y la posibilidad de alcanzar esto último por medio del esfuerzo personal (enorme, de titanes) y la intuición, es el dualismo ético que de un modo expreso se plantea, porque bajo el armazón novelado subyace una alegoría metafísica y espiritual.
Es, sin duda alguna, la obra madura de un novelista en la que adquiere su mayor plenitud formal.