Es la paciente que nadie quiere. No la quieren ingresar, no la quieren en su ambulatorio, no reúne criterios para el hospital de día, no reúne criterios para esto ni para lo otro. Lo curioso es que Andrea lleva encerrada en psiquiátricos desde que tenía trece años. No ha llegado a trabajar, no estudia, no tiene ningún plan de futuro y hasta la han echado del albergue. Ha llegado a vivir en la calle en una tienda de campaña y cuando está muy agobiada pues va y se intenta suicidar. Y así consigue el ingreso que tantas veces le niegan. Varias veces ha estado en la Unidad de Cuidados Intensivos. Algunas veces se toma pastillas. Otras las mezcla con coca y alcohol y otras se corta las venas. Ella decide. Ella tiene el poder y elige cuándo ingresa. Y eso molesta. Mucho. A los psiquiatras ni te cuento. A ver qué se cree, qué manipuladora, qué quiere. Si además deja de ser la chica sufriente para pegar a alguien, como cuando la echaron porque un tipo treinta años mayor intentó agredirla en un albergue, entonces también la echan del albergue para indigentes. Sólo tiene veintidós años. Cuando está ingresada casi nadie viene a verla, la mayor parte de sus colegas los conoce en los psiquiátricos. ¿Y dónde los habría de conocer? Si se le ocurre ligar, entonces ya la ha liado. Alta por incumplimiento de las normas. Está boicoteando el vínculo terapéutico. Pero, ¿de qué vínculo hablan, si está más sola que la una? Si no la quiere ni su propia familia.