Más allá de los hechos puntuales, de las cronologías y de la lista de eventos, la historia debe recoger cómo los hombres y mujeres, en su determinado momento vital, interpretaron el entorno en el que les había correspondido vivir, qué cosmovisión asumían y cómo desarrollaban su cotidianeidad. Al aplicar este prisma sobre la Edad Media, descubrimos una realidad apasionante, que entrecruza lo natural y lo sobrenatural, inserta el quehacer cotidiano en un recorrido histórico que parte de la Creación y pretende llegar hasta el fin del mundo. El código de valores asumido convierte la sociedad medieval en la más segura de sus propias creencias jamás vista, lo que no impide que la población se vaya instalando en el temor al castigo divino y, con ello, al futuro. Los ejes vertebradores de esta sociedad sustentaron la identidad europea hasta mucho más allá del fin del Medioevo, prolongando una herencia cultural e identitaria que llega a nuestros días.