El Reino de Dios no es más que una visión personal de una historia más que conocida en la que los hechos se relatan desde un punto de vista más terrenal de lo que habitualmente nos han sido contados. Es la exposición de unas utopías en la que sus creadores, perdedores los dos, acaban convenciéndose de que ciertos reinos, lo mismo impuestos por la fuerza de las armas que por las del pensamiento son harto difíciles de establecer cuando se trata de luchar para ello con la fuerza del imperio de turno o contra los poderes fuertemente arraigados entre las órdenes establecidas de la burocracia y la supersticción. Es, en fin, un acercamiento lógico a la más grande historia jamás contada con la mirada propia de ventiún siglos después en el que ciertas cosas precisan de una explicación que las haga más asequibles al entendimiento de una era pragmática en la que a todo se le exige su causa y su fin.