La economía mundial ha experimentado, entre finales de los noventa y el año 2007, un crecimiento de los más sostenidos de la historia. Sin embargo, este proceso de crecimiento económico no era equilibrado, pues descansaba sobre una paradoja que lo hacía insostenible a medio plazo: muchos países emergentes habían pasado en pocos años de tener un saldo negativo a arrojar un amplio superávit. En Europa, los prolegómenos de la crisis de la deuda pública se hallan en la crisis financiera, cuyo epicentro se encuentra en Estados Unidos. Presionadas por los mercados financieros, que han recuperado su protagonismo a finales de 2009, varias economías europeas han tenido que ser intervenidas, aunque algo parece seguro: la Europa que va a salir de la crisis será muy diferente y las políticas de extrema austeridad presupuestaria y salarial no solo ponen en peligro el Estado del bienestar, sino que sumen a Europa en la recesión y pueden comprometer su desarrollo futuro.