Cuando los artistas soviéticos utilizaron el término "factografía", estaban inaugurando algo más que uno de sus muchos neologismos. Se referían con esa palabra a una nueva fórmula de la vanguardia de izquierda con la que intentaban hacer del arte una herramienta capaz de transformar las conciencias. Lo harían a través de un uso estratégico y revolucionario de la prensa, el fotomontaje, el cine y las exposiciones, y con ello estaban descubriendo el poder inédito de los medios para contar historias como si fueran "reales". Aquella empresa realizaba la pretensión de Stalin de que los artistas fueran los "ingenieros del alma", pero además sus consecuencias han configurado nuestra manera de ver el mundo. La herencia de la factografía en el arte y la política confirma que no se trata sólo de una categoría estética capaz de explicar el devenir del arte en el siglo XX, sino que nos muestra también cómo construimos nuestros relatos mediáticos en la actualidad.