Wallace Stevens, hacia 1950, consideraba que los grandes poemas del cielo y del infierno ya se habían escrito, mientras que el de la Tierra permanecía inédito. Quizá nuestra aparente incapacidad para morar sobre este planeta sin dañarlo irreversiblemente tenga algo que ver con esta situación -en principio tan paradójica- en el ámbito de la poesía. Vivir en esta tierra/ Tierra, sin trascendencias falsas -ni escapatoria al cosmos, ni adoración de ídolos--, es un proyecto que comparten el ecologismo y la poesía moderna. La insistencia en el darnos límites y en la aceptación de los límites naturales puede verse, desde otro ángulo, como una determinación de luchar contra la falsa trascendencia. Con palabras inolvidables lo expresó el poeta René Char: "Nos cerca una intolerancia demente. Su caballo de Troya es la palabra felicidad; esto me parece mortal. Estoy hablando, hombre sin pecado original sobre una tierra presente. No tengo mil años ante mí. No me expreso para los hombres del lejano futuro que serán -¿cómo dudarlo?- tan desdichados como nosotros. Se acostumbra a extender, a guisa de tentación, la clara sombra de un gran ideal delante de lo que llamamos -por comodidad- nuestro camino. ¡Pero ese trazo sinuoso ni siquiera puede elegir entre la inundación, los hierbajos y el fuego! La prometida edad de oro no merecería tal nombre sino en el presente. La perspectiva de un risueño paraíso destruye al ser humano. La totalidad de la aventura humana desmiente el paraíso, pero estimulándonos y no quebrantándonos." Frente a la teología del mercado y la libido de los grandes almacenes, la fundación de una civilización alternativa.