Todos los escritores han querido ser estrellas del rock antes o después. Mi caso no es distinto, fue en la época en que inventamos el proyecto Zoorama. ¿Qué es Zoorama? Los muslos abiertos de una chica, el aliento de un depredador a tu espalda, una oración a los dioses con instinto asesino. Imagino que muchos verán mi historia como el auge y caída de un novelista y abogado acostumbrado al éxito, al lujo y a las fiestas; como una metáfora de nuestra vertiginosa y vengativa sociedad. ¿Para qué negarlo? Soy carne de cañón para columnistas carroñeros, pero debe concedérseme cierto mérito: en tan sólo nueve semanas fui capaz de tirar por la borda mi carrera de abogado, y también la de escritor; me vi envuelto en un homicidio y un secuestro; huí del país, emprendí una persecución desesperada a la caza de un fantasma por medio mundo, París, Hong Kong, Saigón, la jungla camboyana. Esta maraña de espinas, esta arquitectura de desastres, estos veinticuatro fotogramas por segundo de crímenes y castigos arrancaron cuando, después de mucho tiempo, alguien susurró en mi oído las palabras proyecto Zoorama. Creía que Zoorama estaba olvidada, pero me equivocaba.