Horacio Quiroga es uno de los máximos exponentes de las letras hispanoamericanas de su época y su obra sigue siendo actual, tal vez porque conoció como pocos la ilusión y el fracaso, la contradicción entre el deseo y la realidad. Como bien explica la profesora Ana Alcolea, Quiroga fue contradictorio hasta el final de sus días. Era capaz de de despertar odios y pasiones; se entregaba en cuerpo y alma a todo aquello en lo que tenía fe: la amistad, el amor, la selva... Su personalidad rompía con los arquetipos del intelectual urbano. Los Cuentos de la selva para los niños (1918), relatos que Quiroga inventaba para sus propios hijos durante su estancia en Misiones, están llenos de ternura y de lecciones morales. Ofrecen, en conjunto, un racimo de valores educativos, extraídos del comportamiento animal, al estilo de lo que fueran las fábulas de Esopo. Los ocho cuentos, con el hombre como máximo depredador de la Naturaleza, son de perenne actualidad, por su estilo y por su compromiso.