El siglo XIX presenció un cambio esencial, auspiciado por Parlamento y Estado, que conformó un nuevo tipo de sociedad, la sociedad de mercado, la cual ni antropológica ni históricamente había existido hasta entonces. Esta «gran transformación», en palabras de Karl Polanyi, se operó a través de una violencia inusitada para configurar la «naturaleza» del nuevo proceder humano, haciendo del hombre un «sujeto posesivo», y acabó inscribiéndose en la modalidad de las relaciones humanas. En 1989, la caída del Muro de Berlín vino a cerrar la vital y radical discusión en torno al tipo de civilización que las democracias occidentales estaban dispuestas a asumir. No se trataba, pues, de una lucha entre partidos o entre liberalismo y socialismo. La cuestión central se situaba en el debate conjunto de la propiedad y el mercado. El punto ciego de algunos liberales neoclásicos, de enormes consecuencias económicas y políticas, es su afirmación de que la caída del Muro ha supuesto el triunfo absoluto de la democracia representativa liberal. Por el contrario, como se atrevió a sentenciar Max Weber, una vez abandonado lo que se llamó «el espíritu del capitalismo», el capitalismo acabó arrastrando a la Ilustración. Lo que está en juego es la esencia misma de la Modernidad. Desde su mismo título, Sendas de democracia, este libro alude a los restos, las formas truncadas, los modos parciales o la presencia meramente formal de algunos de los elementos esenciales de la democracia, aun en su forma liberal representativa dominante, resultado de un proceso de vaciamiento, distorsión y neutralización de los contenidos tradicionales de la política conformados durante una gran parte del siglo XX. Deteniéndose en el análisis de los nuevos tipos de «barbarie» que han impedido la posibilidad de desarrollos democráticos, la obra aspira a definir las relaciones entre una ciudadanía necesaria y plausible y una democracia comprehensiva de los problemas abordados.