Los cuentos reunidos en La piedra blanca poseen el esfuerzo por penetrar en la fiel representación de las pasiones humanas. En ellos, Prisco brinda sugestivos matices con un tono tierno y levemente irónico, dividiendo el universo narrativo entre lo amargo y lo amoroso, buscando la simetría formal en su literatura, a la manera de espejo de la realidad. Ahítos de imágenes frescas y risueños, los relatos devienen melodías infinitamente dulces y desbordantes de música reflexiva. Con frenesí inteligente, nos presenta un mundo de idealizada sencillez, sin obviar el meollo de doliente desesperación que alienta en sus diálogos eficaces y el la fuerza expresiva de sus precisas y cinceladas descripciones. La refulgente y honda claridad de la sintaxis, así como los argumentos sólidos y convincentes, nos hablan de un escritor que busca mostrar de frente la pura verdad humana, empleando para este fin las altas cimas del finísimo humor, trémula inocencia y enorme encanto visual. La luz de ayer concentrada en un mar cerrado de inocente penumbra.