Ir de cacería junto a un grupo de indios amazónicos durante una terrible jornada a través de la jungla. Asistir a una sesión de toma de ayahuasca, el potente alucinógeno de la selva peruana. Presenciar ritos de brujería en Guatemala. Hallarse en compañía de delincuentes en la fiesta-procesión del Cristo Nazareno Negro de Panamá. Recorrer el mundo perdido de la gran Sabana Venezolana. Descubrir la belleza recogida del delta del Orinoco, lo mal que se pasa en las playas paradisiacas caribeñas, la serena inquietud de los desiertos chilenos o la perplejidad de sentirse en ciertos pueblos en donde todos sus habitantes apenas hacen caso al autor y tan sólo se limitan a seguirle la corriente. Estas, junto a otras vivencias más, son las fibras nutritivas que crean este libro, lleno de memorias interruptus y americanas de un viajero incansable. Antonio Picazo, mediante dosis sutiles de sensación, penetración literaria, descripción y humor, separa, con una daga de letras, las costuras de buena parte de un continente: remueve, en fin, el corazón de América y, aunque acabe dejándolo en su sitio, tomará sus pulsaciones para recorrer y observar las vísceras que van desde el Ártico a la Patagonia. Sí, observa mucho y, si bien no se impresionará ante la soberbia de los prodigios naturales o monumentales, acabará convencido de lo grandes que son las pequeñas cosas.