La genialidad de los clásicos no radica, primeramente, en la profundidad casi inalcanzable de sus juicios, sino en el acierto y el modo de plantear sus preguntas. En este sentido, «El monoteísmo como problema político» puede considerarse un clásico de pleno derecho. ¿Tienen las creencias religiosas de una sociedad alguna incidencia sobre el sistema político? ¿Con qué legitimidad? ¿En qué se diferencia la recepción política del politeísmo de la del monoteísmo? ¿Introduce la fe trinitaria alguna diferencia en el ámbito de su recepción política, que contradistinga al monoteísmo cristiano del judío, el pagano (o el islámico)? ¿Cuál es la relación dogmáticamente exacta entre el cristianismo y el ámbito político? ¿En virtud de qué razones teológicas? El texto que se presenta suscita todas estas cuestiones y muchas más. Nos muestra un ejemplo de cómo hacer frente desde la teología a situaciones políticas comprometidas. Peterson ni se resignó al silencio ni se lanzó a la charlatanería. Ante el auge del nazismo respondió como un teólogo: analizó teológicamente la circunstancia histórica que le tocó vivir.