Ella es de esa gente que fuma en las cuestas, que se bebe un litro de coca-cola de un trago, que sonríe cuando la expulsan de clase y se tira vestida a la piscina, ella es la amiga-vendaval, ésa que te arrastra y te asusta, que adoras y temes, que te dice ven y sabes que algo va a pasar. -Ven -me dice. Y voy, esta vez a la fiesta que hace Pablo, porque sus padres se han ido, y cuando llegamos todos nos saludan y nos ofrecen porros y la música sube de volumen, y ella grita y salta, y dice «esto es guay, qué de puta madre», y tira de mi brazo y lo sacude al ritmo del chunda chunda, y me hace sentir que bailo bien, pero luego me suelta y el ritmo se me escapa y cuando me vuelvo a buscarla no está, pregunto por ella y está en el baño, preparando una sangría en un barreño, remueve con el brazo el vino, la fruta, el hielo que los demás van echando y luego saca la mano y me mete los dedos en la boca, «pruébala, qué le falta», y yo no encuentro que nada le falte, más bien diría que se ha pasado con el vino, pero no me atrevo a decírselo, porque ella ya está sorbiendo asomada al borde del barreño. Luego, a la hora de «qué mala estoy, todo me da vueltas», soy yo quien la sostengo en medio de la calle, y sus vómitos me huelen siempre a lo mismo, como si no comiera otra cosa que hígado empanado y coliflor, se lo digo y se ríe, y luego sigue vomitando, y quisiera taparla de las miradas de ese señor que no nos quita ojo, pero mi cuerpo no da para tanto y ella dice «joder, siempre igual», y siento que está cansada, pero la animo a seguir caminando, casi cargo con ella, entre las dos no juntamos para el taxi y el metro la marearía más, así que caminamos y caminamos por la ciudad de noche, bajo la luz de las farolas y de una luna tan brillante que parece una bombilla desnuda, y entonces recuerdo que la luna no tiene luz propia, que el sol le presta su reflejo, y qué, me encojo de hombros, ahora es el momento de la luna, brillará toda la noche hasta que el sol salga de nuevo, pero eso no será hasta mañana.