Cuando no pinto, leo. Devoro libros porque alimentan mi imaginación; sobre todo libros de poesía: haikus japoneses, Juan de la Cruz, Cernuda... En mi estudio -lleno de cuadros y libros- mancho poemas con colores que acaban siendo soporte de pinturas. Encontré mi medio de expresión en el Sumi-e y de la mano de mi maestro Kousei Takenaka. Aprendí que es más importante el proceso que la meta. Y llegué a la conclusión que la pintura china y japonesa son lo mismo que la pintura de Velazquez: no hay diferencia. Las modas no son determinantes. Busco vivir Pintura, respirar Pintura, Ser Pintura. A. P. ALENCART (Puerueruerto Malaldonado, Pererú, 1962) Callar para aprender: ésa es la actitud del poeta que luego invoca y da testimonio al rojo vivo. Ver las vigas en su propio ojo: así el sentimiento de quien no se enreda en largos murmullos. Hace años -cuando mi hermana y mis sobrinos tuvieron que vivir en Japón- me acerqué a un lejano surtidor (Oriente) y emprendí este viaje íntimo, de préstamos (sin mimetismos) y donaciones (sin vanagloria). La raíz de mi pequeño jardín es el haiku, pero la órbita es libérrima: así lleno la copa con savias que se vuelven pura combustión en el corazón del ser humano, imán primero y último de mi prensada poesía.