Un gran retrato argentino -con dos breves episodios chilenos- que atraviesa los acontecimientos de todo un siglo: las huelgas en Patagonia durante los años veinte, la matanza de los indios, la muerte de Evita, el terror durante la Junta Militar, los mundiales de 1978, el crac económico del 2001. En el centro de la historia, la memoria: no sólo la de las grandes ancianas -Encarnada, Catte, Socorro, Venturina-, que buscan que alguien retome sus historias, sino también la memoria, porque a las protagonistas de la novela no les queda otra alternativa que la de llenar el tiempo de la espera con sus fantasías. Ya que, en un universo en el que si bien mandan los hombres éstos permanecen siempre lejanos y apartados, las mujeres los escuchan con un solo oído y sin dejar de devanar sus historias entre ellas, como si dijeran: «Que hablen los hombres; nosotras, las mujeres, sabemos lo que hay que hacer». Una novela de emigración, vista del lado de las mujeres: las que se marchan con sus hombres, las que se quedan a esperarlos, las que endulzan la vida de los hombres solos más allá del mar sabiendo que no pueden esperar nada de ellos. Historias de los hombres que, de las mujeres del Nuevo Mundo, aman tan sólo a aquellas que les procuran placer por unos cuantos pesos; aquellas que no quieren uniones duraderas, porque ellos sueñan con volver un día u otro a Italia. Historias de dobles vidas, de mundos destinados a convivir de lejos pero que, cuando se encuentran no pueden por menos que explotar, como en las historias de Regalada, Eloísa o Provisoria. Historias del desarraigo que se experimenta al vivir en una tierra donde no se ha nacido, hablando otro idioma con un acento que nunca llega a ser perfecto, casi como si, en lugar de pertenecer a dos países, no se perteneciese a ninguno: tal es el caso de Silvia, Mafalda, Raquel. Historias de mujeres de apellido italiano pero para las que Italia no deja de ser una idea muy vaga: la palabra «mafia» para Maria, la poesía dantesca para Teresa, la estampita de la Virgen de Oropa para Nelida. Historias de pasiones frustradas, como sucede en los tangos que le gustan a Martinita y a Amabilina. Mujeres que hablan consigo mismas como Corazón, mientras amanece, en el recuadro de una ventana abierta sobre San Telmo, al ritmo de la música de Piazzola; mientras también Dios, tangueando, hace su entrada en el nuevo día con una pirueta de bailarín consumado.