«Los libros envejecen, los recuerdos también, y la joven gloria todavía más. Permíteme, Dios, llegar hasta la madurez, pero no a la madurez de la fruta que cae», escribía Jirí Orten en 1940. El deseo expuesto en esta frase le llevó a un crear incesante, a un perpetuo canto, como de ave al albor, aunque en torno se cernían sólo sombras. Bajo la tierra reúne sus versos más significativos, escritos en sus breves veintidós años, cuando, recién salido de la infancia, se enfrentó, con el valor de la pureza, a un entorno de injusticia, tiranía y muerte. La altura de su lírica fue reconocida por los grandes poetas checos del momento, y en ella late una verdad inapelable que él expresó así: «Quiero ser poeta con todo el corazón y aún más, morir por ello». No sorprende que se haya escrito de él que quiso «ser su propio texto definitivo, vivir su propio texto, ser vivido por su propio texto» (Giovanni Giudici y Vladimír Mikes ). Orten, ciertamente, acudió a las palabras y a la lengua como única posibilidad de existencia, de «ser» frente a la «nada», siguiendo la línea trágica cuyos máximos representantes en su país fueron Frantisek Halas y Vladimír Holan. «Orten participaba de la "demonía" praguense: la obsesión por la nada, el error eterno (equivocarse tanto hasta ser puros), la pesadilla, la vanidad, la culpabilidad; como Kafka (ambos vivieron en cuartos subalquilados) era un condenado inocente que incluso llegó a tener vergüenza por los mismos verdugos.» César Antonio Molina «Hay mucho de Rilke en Orten, aunque desarrolla un código distinto: su poesía tiene la intensidad de un grito, cuyos límites son los del lenguaje: "¡Ayudadme, palabras. Acudid a mí!"» Jaime Siles