Cuando empezamos a leer encontramos en las novelas al amigo mayor que nos abre los ojos y la cabeza. Algunas de las mejores historias que nos han contado son, de hecho, relatos de una amistad entre un adolescente con hambre de aventuras y un adulto que alimenta sus sueños. Hawkins no pudo resistirse al poder de encantamiento de John Silver, y de la relación entre Huckleberry y el negro Jim lo que queda, como escribió Bolaño, es una lección de amistad que es también una lección de civilización de dos seres totalmente marginales que se tienen el uno al otro y se cuidan sin ternezas ni blanduras. El protagonista de El Anticuerpo llega, atravesando los tejados de su pueblo, a una isla en la que un náufrago se consume bajo el sol. El náufrago sabe que de esa isla que es la casa del cura nadie puede rescatarlo, pero agradece la compañía de ese loco que anda por los tejados. Josu es una rata punk que no soporta el azul del cielo y echa de menos el olor de las cloacas. Los dos amigos se parecen más de lo que creen. A ambos les gustan los problemas y son unos traidores a la realidad. Julio José Ordovás ha querido relatar, en su primera novela, el aprendizaje de vivir fuera del orden y cuesta abajo. En la España de los ochenta, Cristo abandonaba las procesiones, se iba de bares y de conciertos y amanecía en un portal con una jeringuilla clavada en cada brazo. España cambiaba para seguir siendo la misma de siempre. Un país beato, represivo, resignado y lleno de moscas. Si Long John Silver era un pirata y Jim un esclavo, Josu es un yonqui. Ni tiene nada ni espera nada. Pero no ha perdido las ganas de reírse y aún le quedan fuerzas para columpiarse sobre el abismo.