La guerra civil española de 1936-1939 no sólo fue un enfrentamiento entre fascismo y antifascismo, o entre modelos diferentes de sociedad. También fue un conflicto en el que el nacionalismo jugó un papel fundamental, en un triple sentido. Primero, porque ambos bandos presentaron su lucha como una defensa de la patria frente a un invasor extranjero, y en consecuencia el nacionalismo pasó a ocupar un lugar importante en sus respectivas culturas de guerra. Segundo, porque en el curso del conflicto se elaboraron visiones contrapuestas acerca de lo que era y debía ser la nación española y su relación con el Estado, tanto en el bando republicano como en el bando sublevado. Y tercero, porque los movimientos nacionalistas periféricos se vieron impelidos a tomar partido en una contienda cuyo origen y dinámica suponían ajenos a su especificidad nacional, y por lo tanto vivieron en buena parte la guerra como una invasión por parte de un otro identificado a menudo con España. Entre las visiones de España defendidas por franquistas y republicanos, por un lado, y entre dichas concepciones y las visiones alternativas de Euskadi, Cataluña y Galicia por el otro, se abrió con la guerra una fractura que setenta años después no ha sido aún plenamente superada.