EN este libro Noel tratará de comprender el carácter de una ciudad que parece haber sucumbido a sus propios e innegables encantos, drogada por ese perfume estupefaciente que sólo encontraremos en sus calles: el olor al azahar de los naranjos, el olor a la cera de los cirios y el olor a bosta humeante de los caballos de carros, simones y fiacres. Eso en lo que se refiere a la droga de los sentidos, porque en Sevilla hay otra aún más peligrosa: la memoria. «Hacer memoria: he ahí una de las cosas que se hacen allí; otra es hacer tiempo; otra es no hacer absolutamente nada». Diríamos que esto se aproxima bastante a un retrato moral de la ciudad. [] El interés de Noel habremos de buscarlo en otra parte, en ese testimonio fidedigno suyo que le hizo decir a Cansinos que su literatura estaba entre la sociología y el periodismo, y que nosotros, cien años después, encontramos llena de talento (a la diabla) y propia de alguien único y a su manera heroico. [Del prólogo de ANDRÉS TRAPIELLO].