El libro Una hawaiana con un ukelele mezcla el tema amoroso, a veces irónico, a veces serio, pero siempre tierno, con una percepción de la realidad en donde se mezcla la mirada adulta con la libertad excesiva del niño. Por eso mezcla objetos urbanos (¿Futbol para taxistas¿, ¿Colada¿, ¿El suicidio de Barbie¿.) con la pasión por el circo (¿Me llamo Strómboli¿, ¿Para amar correctamente a una funambulista¿, ¿El funambulista ciego¿.) o ese recuerdo ingenuo de la hawaiana, que abre las puertas de lo paradisíaco. Desde el poema inicial (¿Te lo aviso: / tengo un alma / y está cargada¿) a la nana final (¿Canción para dormir a Joan Manuel Serrat¿) el autor recorre un itinerario sentimental y poético con versos mayormente medidos y bien medidos, y detalles de gran poeta de oído, fácil versificador, de rima eficaz e ingenio despierto. El prólogo de Luis Alberto de Cuenca está a la altura de las circunstancias poéticas y abre el apetito del libro.