La vida como manifestación sonora, como ruido cuya procedencia es difícil determinar, conduce a la escritura de climas más que de relatos, incluso si el armazón narrativo, como aquí ocurre, deja asomar a menudo su fea cabeza. Se trataría, en cualquier caso, de una narratividad difusa que, amparada en el detalle y en la anécdota, se diluye casi sin quererlo en la abstracción y la alegoría. Leve a veces, ensordecedor otras, el ruido de la vida lleva a quien lo escucha a prestar oídos a su propio ruido, a la corriente de pensamientos entrecortados, de raíz menos lógica que asociativa, que dicen lo que él es. O eso, ingenuamente, piensa. Apología de la delación ante un inexistente parlamento, soviet solitario, estos poemas construyen, a su pesar, un personaje antipático que se desdobla mientras intenta regresar al núcleo, por más que sus tendencias centrífugas lo expelan y depositen en zonas limítrofes con la marginalidad del pensamiento.